Tempo
¿Cuántas veces despertamos en la vida? ¿Es acaso una sola? ¿Cuentan todas aquellas en las que salimos del sueño? Una persona promedio, si despertara una ocasión por día, a los sesenta años habría despertado poco más de 20,000 veces.
De entrada, el hecho en sí, merece un análisis profundo, pero vamos más allá. ¿Qué hay del cómo despertar? Porque estamos de acuerdo, ¿no? Hay distintas maneras de despertar, aunque podríamos reducirlas a sólo dos; despertar solo o acompañado. En cualquiera de las dos, hablar de soledad o compañía, nos demanda puntos de vista más subjetivos.
Podemos hablar de soledad como la carencia voluntaria o involuntaria de compañía (RAE, 2010). Pero nos quedaríamos cortos, ¿no es cierto? Porque la soledad es también, un estado natural en la consciencia del ser humano. La compañía no siempre involucra la ausencia de soledad y viceversa. Es decir, involucra al pensamiento, la obra, el espíritu, etcétera. ¿O cómo podemos explicar tanta soledad, o tanta compañía?
Eso tal vez responda a la pregunta del por qué nos sentimos tan solos en la multitud, o acompañados en el solitario de una habitación. Quizás la soledad no se refiere sólo a la compañía, ni a la ausencia de ella. Está claro entonces, que en la soledad podremos encontrar tanta compañía como deseemos. Por lo tanto, la pregunta es; ¿La verdadera compañía se logra en soledad? Si es así, estamos destinados a estar solos, siempre, en todo momento, si queremos disfrutar de la verdadera compañía. ¿Dónde queda entonces la compañía de otra persona? El contacto, la sociedad, el roce, las caricias.
Podemos compartir el tiempo, el espacio, el dinero, el taxi. ¿Podemos compartir la soledad?
Yo creo que sí. Si lo pensamos, no hay forma más genuina de compartir, que entregarle la soledad a otra persona. La capacidad de quedarse viendo a los ojos sin decir nada, sin pensar nada. La oportunidad de saber que está ahí, sin necesitarle para salir corriendo despavoridamente por él o ella. Resulta pues que si podemos compartir la soledad, lo podemos compartir todo. Aceptar la soledad de alguien significa ser capaz de recibirla sin tocarla, sin intentar modificarla, de tenerla lo suficientemente cerca y no romper con ella. Poder admirarla y simplemente entender, que nunca será nuestra.