Precipicios
Estás en uno de esos días, donde te pararías al borde de un precipicio y tendrías el valor de tirarte a volar. Por el contrario, quizás es uno de esos días donde el precipicio tiene pocos metros de fondo y, en realidad, sólo se trata de enfrentar tu miedo a las alturas; traes una soga de miedo amarrada a la cintura y “purititas” ganas de tirarte a llorar porque amas el suelo y no quieres dar un paso en falso.
Cuando nos detenemos frente a esos precipicios y la soga es todo aquello que nos detiene, todo se complica. Nuestro suelo no es más que el día a día, la constancia, el status quo, lo cotidiano, lo mismo, lo de siempre. ¡Cuántas ganas de correr y dejar todo eso atrás! ¡Cuánto miedo de permanecer en ese suelo! Quizás, siempre deberíamos de tener el valor para saltar cuando es debido…nunca llorar. Porque a veces, esos golpes contra precipicios tan bajitos no hacen otra cosa que liberarnos de las ganas de separar las puntas del suelo y dedicarnos a volar.
Yo, ¿Cuántas veces he brincado? ¿Tú? No sé, tal vez siempre me han aventado.